EDUCACIÓN Y ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA EN LAUDATO SI’

Existe un cierto pesimismo ante la cuestión ecológica. Parece como si en un futuro, más o menos próximo, la ruina del mundo estuviera escrita y nosotros no pudiéramos poner remedio. No cabe duda de que el problema ecológico es un asunto complejo.

Breve comentario al Capítulo VI de Laudato Si’ Escrito por Juan Carlos Carvajal, Consiliario diocesano de Madrid. Publicado en MAS (junio 2016)

Muchos factores están implicados, tantos que no terminamos de comprenderlos. La respuesta social política y económica que se necesita desborda nuestras decisiones individuales. En realidad, no sabemos muy bien ni a qué atenernos ni qué hacer. La mayoría de nosotros tomamos la estrategia del avestruz: metemos la cabeza debajo del ala y esperamos que “milagrosamente” pase el peligro que nos amenaza. La indiferencia y la falta de respuesta son factores que agravan la situación que estamos viviendo.

Un nuevo estilo de vida como respuesta a la cuestión ecológica

Quizá esta es la razón por la que el papa Francisco consagra el capítulo VI de Laudato si’ a promover un nuevo estilo de vida que dé respuesta a la cuestión ecológica: “La conciencia de la gravedad de la crisis cultural y ecológica necesita traducirse en nuevos hábitos” (nº 209). En efecto, se pueden promover y firmar acuerdos internacionales por el clima, los estados pueden emanar unas legislaciones más conservacionistas, incluso pueden articular un control efectivo del cumplimiento de dicha legislación; pero si la mayoría de la población no nos implicamos, todo quedará en papel mojado. A este respecto Francisco es taxativo: “Para que la norma jurídica produzca efectos importantes y duraderos, es necesario que la mayor parte de los miembros de la sociedad la haya aceptado a partir de motivaciones adecuadas, y que reaccione desde una transformación personal. Solo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico” (nº 211).

No cabe duda, cada uno de nosotros, tenemos alguna responsabilidad en la situación presente y, sobre todo, de cara al futuro. No es lo mismo vivir encerrados en nuestros intereses egoístas (“autorreferencialidad”) (nº 204) y entregados a un “consumismo obsesivo”, “reflejo subjetivo del paradigma tecnoeconómico” (nº 203); que salir de nosotros mismos, en una actitud básica de autotrascendencia, y desarrollar un estilo de vida alternativo que haga posible un cambio importante en la sociedad (nº 208). No son los políticos los que cambiarán la situación, son los cambios en los estilos de vida, por parte de la mayoría de la población, y la creación de redes comunitarias lo que “podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social” (nº 206).

Proceso de conversión ecológica: toda la sociedad está implicada

En este proceso de conversión ecológica de nuestros estilos de vida estamos todos implicados: la escuela, la familia, las asociaciones, los medios de comunicación, la catequesis… (nº 213) Lo determinante es que en cada uno de estos estamentos, según sus responsabilidades y característica particulares, se imparta una educación ambiental que “dispongan a dar ese salto hacia el Misterio, desde donde una ética ecológica adquiere su sentido más hondo” (nº 210). En este punto, la espiritualidad cristiana puede hacer su contribución particular. El Papa recuerda que para transformar los estilos de vida es preciso unas motivaciones y fuerzas interiores que impulsen, motiven, alienten y den sentido a la acción personal y comunitaria; y que, justamente, veinte siglos de experiencia cristiana ofrecen un bello aporte a ese intento de renovar la humanidad (nº 216).

El papa Francisco recuerda el aporte fundamental que la espiritualidad cristiana puede ofrecer a esta urgente conversión ecológica. Todo lo creado es don de Dios, y el ser humano lo debe acoger con gratitud y gestionar con gratuidad; más aún, su carácter creatural le hermana con los demás seres y le enviste de una responsabilidad en la resolución creativa de los dramas que atenazan el mundo (nº 220). El cristiano reconoce en cada criatura algún reflejo de Dios, la presencia en ella del resucitado y el orden que ocupa en el proyecto salvador de Dios (nº 221). El creyente no puede ignorar esta realidad que su fe le desvela. De esta comprensión del mundo deriva “un modo de entender la calidad de vida y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo” (nº 222).

Actitudes propuestas por la encíclica para articular el nuevo estilo de vida ecológico

A partir de estos fundamentos, la Encíclica enumera algunas actitudes que pueden articular ese nuevo estilo de vida ecológico que preconiza el Papa. La espiritualidad cristiana propone sobriedad en el consumo y un retorno a la sencillez de vida que es capaz de gozar con poco. Esta sobriedad procura un fuerte componente de libertad. En efecto, el desapego de tantos deseos y estímulos que nos acechan procura una libertad que nos hace disponibles a lo que verdaderamente merece la pena en la vida. Es evidente que esto reclama unas necesarias actitudes interiores que son preciso cultivar: la humildad; saber cual es nuestro lugar en el mundo; la paz con nosotros mismos; estar presentes, en serena atención antes las personas y cosas que nos encontramos en nuestro camino; y una actitud permanente de agradecimiento (nº 222-227).

Francisco nos invita a este camino de conversión interior convencido de que si se logra, ello supondrá una verdadera conversión de estilo de vida. Dicho estilo necesariamente pasará por pequeños gestos de cuidado y atención de lo creado como contribución al proyecto divino de la fraternidad universal (nº 228-229). Gestos personales de amor, pero gestos que “no solo afectan a las relaciones entre los individuos, sino a las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas” (nº 231). Aquí está en juego “la civilización del amor”, civilización que hace posible un verdadero desarrollo en el que todos los seres humanos pueden participar y la tierra, lejos de ser esquilmada, cumple la función de ser el sostén del proyecto fraternal de Dios.

Laudato si’ termina su exposición diciendo una palabra sobre los signos sacramentales y el descanso celebrativo (nº 233-237). De diverso modo, en ambas realidad se anticipan la consumación que la creación alcanzará al final de los tiempos. En la celebración litúrgica, en especial en la Eucaristía, Dios mismo habita la materia para acercarse al hombre; al final de los tiempos, la creación no quedará al margen de la gloria de Dios. Y el descanso dominical pone límite al activismo vacío y manifiesta que toda actividad tiene su última referencia en esa plenitud final donde el hombre descansará porque ya Dios será todo en todos. “Al final nos encontraremos cara a cara frente a la infinita belleza de Dios y podremos leer con feliz admiración el misterio del universo, que participará con nosotros de la plenitud sin fin (nº 243).