Abundio García Román nace en Jaraicejo (Cáceres), el 14 de diciembre de 1906. Es el tercer hijo de una familia de modestos labradores que pronto emigró a Madrid. Tras unos estudios brillantes, es ordenado sacerdote en junio de 1930.

En 1931, se haga cargo de un Patronato de enseñanza que contaba con un colegio en el Barrio de Entrevías. Allí, entró en contacto con los trabajadores y sus familias, con sus padecimientos y con sus anhelos. También sintió con dolor el rechazo que estos tenían a Cristo.

En su corazón de pastor, entraba en confrontación, por un lado, las necesidades de los trabajadores y de sus familias, fruto de la injusticia y de la desigualdad, y, por otro, el amor que Cristo manifestaba a los pobres a pesar del rechazo del Evangelio y el sentimiento anticlerical que a ellos les embargaba, Abundio se preguntaba:

¿Por qué razón odian a Cristo?  ¿No es él el amigo de los pobres, los humildes, los marginados?  ¿No fue también un trabajador?… Estaba claro, aquellos trabajadores no le conocían. Era preciso, urgentísimo, evangelizar a los hombres y mujeres que le odiaban simplemente por desconocimiento

Aquella experiencia entre trabajadores y obreros que estaban alejados de Cristo y la persecución vivida en nombre de la fe cristiana durante la contienda civil, lejos de marcar negativamente al joven sacerdote, puso en él el germen de una vocación que se desarrolló a lo largo del tiempo como entrega y servicio al mundo del trabajo.

Nacen las Hermandades del Trabajo

Terminada la contienda, el obispo de Madrid, Eijo Garay, le nombra consiliario de la Acción Católica del Trabajo y al poco tiempo asesor eclesiástico en la Delegación provincial de Sindicatos de Madrid.

Su actividad apostólica con los trabajadores le causó muchos problemas. Las reacciones en contra suya fueron grandes tanto desde la Organización Sindical de entonces como de sus compañeros sacerdotes; pero él siempre se mantuvo fiel a la encomienda recibida de su obispo.

Llevado por estas circunstancias y apoyado por su obispo, en julio de 1947, funda, junto con un grupo de seglares, las Hermandades del Trabajo como “un instrumento de recristianización del mundo del trabajo”.

Lo característico de esta nueva Asociación radica “en la conjunción de lo apostólico y social”, por lo cual pretende promover humana, profesional y cristianamente a los trabajadores y hacerles apóstoles de sus compañeros-hermanos en los ambientes laborales.

Especial novedad supuso que hombres y mujeres participaran en las mismas Hermandades profesionales en igualdad de derechos y obligaciones y que no hubiera separación por edades.

En poco tiempo la nueva Asociación se extiende por numerosas diócesis españolas, donde se convocan las Hermandades profesionales y se constituyen los Centros diocesanos.

Por otro lado, como en aquellos años los trabajadores padecían grandes privaciones, D. Abundio impulsa, junto a los militantes más entregados, una serie de obras y servicios sociales: la despensa del parado y los comedores sociales, las residencias veraniegas, el Patronato de la vivienda, los servicios de crédito, Centros de formación profesional…

En definitiva, toda una multitud de obras que promovidas por los mismos trabajadores (militantes de las Hermandades), al tiempo que venían a mitigar las carencias de sus compañeros y promovían su desarrollo integral, daban testimonio del amor paternal de Dios por medio de los lazos fraternos que con ellas se creaban.

Crecimiento en los años 60

En los años 60, apoyado en los nuevos aires apostólicos que trae el Concilio, impulsa a los militantes de las Hermandades a un compromiso cristiano más exigente.

En sus alocuciones, no faltan la referencia a los textos conciliares para subrayar la vocación y espiritualidad específica de los seglares y su responsabilidad en la transformación de las estructuras laborales y la instauración del orden temporal en Cristo.

El Siervo de Dios preparó a los militantes para el cambio político y social que se avecinaba en España, y si les empujaba a dialogar y colaborar con todos los que buscaban el bien de los trabajadores, con el mismo ahínco les instaba a permanecer fieles a su identidad cristiana y a las orientaciones de la Jerarquía eclesial.

El primer viaje a América

En 1961, animado por su Obispo, D. Casimiro Morcillo, D. Abundio llevó la obra de Hermandades al otro lado del Atlántico, con esto daba cauce a su espíritu universalista. En ese primer viaje, durante tres meses y acompañado por un pequeño grupo de apóstoles seglares, visitó una docena de países.

Su intención era la de ofrecer a los obispos de las diversas diócesis un instrumento pastoral para la evangelización de los trabajadores.

Unos meses después, se inauguraba en Madrid un curso de tres meses para los futuros dirigentes en América. En 1964, D. Abundio vuelve al otro lado del Atlántico, esta vez para organizar en Medellín un curso de formación para trabajadores, futuros dirigentes de las nacientes Hermandades en diversos países.

En 1968, con ocasión del Congreso Eucarístico Internacional y la visita del Papa Pablo VI a Bogotá (Colombia), promueve y preside allí la primera Asamblea Hispanoamericana de las Hermandades del Trabajo. La segunda se celebrará años más tarde, en 1972, en Lima, será su último viaje a Hispanoamérica.

En sus últimos años de vida, y ya desde su retiro, propugnará la reactivación e impulso de la Hermandades en América y respalda la convocatoria de un nuevo encuentro Hispanoamericano, el cual se celebra un mes antes de su fallecimiento.

Jubilación y presencia discreta, pero siempre activa

En 1977, al poco de cumplir los setenta años, presentó su dimisión como consiliario diocesano del Centro de Madrid al entonces obispo de la diócesis, el Cardenal D. Vicente Enrique y Tarancón.

Su jubilación, que a todos pareció prematura dada su magnifica creatividad y capacidad apostólica, fue todo un signo. Él era consciente que la obra que llevaba entre sus manos era la obra de Dios y, de algún modo, con esta renuncia la ponía bajo la protección de la Providencia divina que siempre había guiado los impulsos evangelizadores del Movimiento.

Hasta su fallecimiento en noviembre del 1989, su presencia fue discreta. Como rector de la Capilla de las Hermandades, el ejercicio de su ministerio se centró en las acciones más específicamente sacerdotales.

Acompañó con la oración la vida del Movimiento: agradecía la obra que Dios iba realizando entre los trabajadores e intercedía para que las Hermandades del Trabajo supieran renovar su presencia apostólica y social en los ambientes laborales.

Las celebraciones eucarísticas, especialmente los Cenáculos de los jueves, eran una autentica renovación del testamento de sangre que Cristo hacía a favor de los trabajadores.

No dejó de predicar la Palabra de Dios en retiros y ejercicios tratando de fortalecer la espiritualidad de militantes y afiliados al Movimiento. Siempre se le encontraba disponible para la escucha atenta de los militantes que le presentaban sus dificultades apostólicas.

Retornó a la casa del Padre el 30 de noviembre de 1989, después de haber animado la misión apostólica de los militantes de España y América en el encuentro Hispanoamericano.

El 15 de julio del 2000 se abre el Proceso de Canonización del Siervo de Dios Abundio García Román. El 10 de diciembre termina la fase diocesana y el Proceso pasa a Roma.