D. José Antonio Álvarez Sánchez, Obispo Auxiliar de Madrid, presidió la Eucaristía funeral por D. Tomás Priego, Viceconsiliario de HHT Madrid, el jueves 18 de septiembre en nuestra Capilla.
La Eucaristía reunió a diez concelebrantes, entre los que se encontraban, además de monseñor Álvarez, Rufino García, Delegado Episcopal para la Movilidad Humana, y Juan Carlos Antona, Director del Secretariado de Pastoral del Trabajo, ambos de la Diócesis de Madrid, Francisco del Pozo, Consiliario Nacional, Ramón Llorente, Consiliario Diocesano, y exconsiliarios de Hermandades.
En la monición, los presidentes diocesanos destacaron su calidad humana. “D. Tomás ha sido para nosotros un modelo de persona, de cristiano y de sacerdote, a la vez que un maestro con dos cualidades destacables: su coherencia de vida y su disponibilidad”. Sobre la Iglesia nos repetía, «es mi madre, nuestra madre, vuestra madre, y a la madre se la ama y defiende», afirmó Mª de los Ángeles Sobrino.
José David Belén reconocía que “Como sacerdote y como persona tenía un valor incalculable. Amaba profundamente a Dios y a la Iglesia, y eso nos lo transmitió en cada clase y en cada momento que asistimos y aprovechamos. Era un hombre moderno, muy trabajador, era incansable”.
D. José Antonio Álvarez afirmó en su homilía que: “Quiso predicar la esperanza y fue un referente como hombre de paz, un hombre auténtico, un verdadero testigo de la vida y de la esperanza”.
“Lo ha hecho sembrando vida y esperanza por tantos lugares: en su tierra natal, en Alemania, junto con los emigrantes, y aquí en Madrid. Su final tan precipitado e inesperado nos habla de algo que él también predicó: que el día y la hora solo Dios los sabe”, continuó.
“Incluso después de su jubilación, llamó a las puertas de esta casa, su última casa, Hermandades del Trabajo, sabiendo que nunca hay día de jubilación, siempre hay día de esperanza y posibilidades de seguir sembrando la vida”, terminó.
Fue una Eucaristía preparada con mucho cariño y en la que participaron muchas personas del día a día de D. Tomás. Por su parte, Monseñor Álvarez hizo una bella homilía, que destacó el valor humano y como sacerdote de D. Tomás y que fue celebrada por los asistentes.
En la Capilla acompañaron a la familia, amigos, compañeros sacerdotes y muchas personas de nuestro Centro de Madrid. Fue una entrañable acción de gracias por la vida y ministerio de D. Tomás Priego Martínez, que ya descansa en la paz de Dios.
HOMILÍA COMPLETA DE D. JOSÉ ANTONIO ÁLVAREZ SÁNCHEZ, EN EL FUNERAL DE D. TOMÁS PRIEGO MARTÍNEZ
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Querido Ramón, querido Fran y demás hermanos sacerdotes. Muchos de vosotros también habéis compartido la misión aquí en las Hermandades y también en otras parroquias y comunidades donde don Tomás ha ejercido el ministerio sacerdotal. Algunos de vosotros también en sus últimos años en la residencia sacerdotal. Querida familia de don Tomás, querida Julia, querido Julio, sobrinos y familiares, queridos miembros de las Hermandades del Trabajo y amigos que hoy también, en este lugar donde en sus últimos años don Tomás ejerció el ministerio sacerdotal, celebró tantas veces aquí la Eucaristía, habéis querido convocarnos como una sola familia para celebrar lo que él también predicó y enseñó: que Jesucristo es nuestra esperanza y que, unidos a él, la vida del hombre es plena, digna y para siempre.
Hemos rezado con este salmo que tantas veces también acompañó la vida y el ministerio de Tomás: «El Señor es mi pastor, nada me falta». Esta tarde lo hacemos oración nuestra, como plegaria esperanzadora y súplica confiada al buen Pastor, para que conduzca a estas fuentes tranquilas a quien él mismo eligió y consagró sacerdote, y que pueda habitar en la casa del Señor por años sin término, en la Jerusalén celeste, a quien en este mundo él constituyó ministro y servidor de su pueblo.
Y en esta tarde, precisamente desde esta confianza, también escuchamos —acabamos de oír— esas palabras de Jesús con las que comienza su ministerio público: las bienaventuranzas. En definitiva, Jesús, desde el comienzo de su vida y misión, nos proclama la verdadera dignidad y vocación a la que estamos convocados los hombres: vivir, ser dichosos, ser bienaventurados, ser felices y para siempre. Y sin duda, este camino que abrió Jesús es el que también muchos, después, llamados por él, han querido seguir cultivando, sembrando y predicando con su palabra y también con su vida y ministerio. Tomás, sin duda, así lo hizo a lo largo de toda su vida.
Quiso predicar la esperanza, hacer posible también la vida de los hombres y mujeres que le acompañaban. Lo hizo, sin duda —bien lo sabéis vosotros, su familia—, quien fue también para vosotros siempre un referente, como un hombre de paz, un hombre auténtico, un verdadero testigo de la vida, testigo de la esperanza. Pero lo ha hecho también sembrando vida y esperanza por tantos lugares en los que él vivió y también se entregó. En Cuenca, su tierra natal, pero también más allá de nuestras fronteras, en Alemania, cuando también, junto con los emigrantes, quiso ser testigo de la vida y la esperanza en situaciones no fáciles, pero como verdadero pastor que guía y acompaña a su pueblo. Lo ha hecho aquí en Madrid, en distintos lugares donde ejerció el ministerio: esos primeros pueblos de nuestra entonces diócesis, archidiócesis de Madrid, como Villar del Olmo o Tielmes de Tajuña, donde en esos pequeños lugares, municipios, como pastor también anunciaba la vida y la esperanza que no defrauda. Y después, en nuestros barrios de Madrid, allá en el barrio de la Concepción, en la Santísima Trinidad, y después la que podríamos decir fue su parroquia durante tantos años en la Alameda de Osuna, la parroquia del Padre Nuestro.
Allí él, como bien conocéis muchos de los que hoy estáis aquí, vivió con una pasión: la de evangelizar y ayudar a conocer la verdad de Jesús y la verdad del hombre, porque ciertamente su ministerio estuvo acompañado y jalonado también aquí en las Hermandades por ese deseo de que los hombres conocieran el verdadero misterio de la vida y de la fe. Su mucho trabajo en favor de los catecumenados de adultos, su predicación, su enseñanza de la palabra de Dios, los cursos de Biblia y también todos esos retiros e instrucciones que nos fue predicando y que, sin duda, manifestaban lo que hoy hemos escuchado que Jesús proclama como camino para vivir. Dichosos los hombres cuando viven y se abren al misterio de la fe, al don de esas bienaventuranzas que Jesús no solo revela con sus palabras, sino que manifiesta con su vida, porque él es verdaderamente el Bienaventurado, él es verdaderamente el que espera.
Y Tomás, hasta el final de sus días, precisamente también nos ha hablado desde el silencio y también desde la ausencia. Su final tan precipitado, tan inesperado, nos habla de algo que él también predicó y comprendió: que el día y la hora solo Dios la sabe. Pero él, cada día, cada instante, cada jornada, cada encuentro era una oportunidad para aprender a vivir, y vivir con esperanza, y vivir como testigo de este Reino. Por eso, su final, que ciertamente a todos nos ha conmovido… su ausencia tan inesperada, nos ha dejado también un cierto vacío y orfandad. Sin embargo, nos habla de esa gran verdad que también necesitamos aprender a vivir: la vida está en las manos de Dios. Solo Dios sabe el día y la hora. Pero lo nuestro es precisamente ese «estar en vela» al que nos llama Jesús: aprovechar cada oportunidad, cada momento, cada circunstancia para no cansarnos de ser testigos del Reino de la dicha que no se acaba.
Y esto nos lo enseñó él incluso también durante sus últimos años, cuando, después de su jubilación, al llegar a la residencia San Pedro, él quiso seguir siendo también testigo de esperanza. Así llamó a las puertas de esta casa, su última casa, las Hermandades del Trabajo, para seguir, en sus limitaciones de tiempo, en sus condiciones físicas —que estaba muy bien, gracias a Dios—, y así dedicó gran parte de su vida y tiempo a esta tarea. Pero sabiendo que nunca hay día de jubilación, siempre hay día de esperanza y posibilidades de seguir sembrando la vida y la esperanza.
Por eso, queridos hermanos, esta tarde es también deber de hijos agradecidos a Dios Padre, de quien recibimos toda bendición, dar gracias por Tomás. Y también, desde esta dicha que tenemos, porque la fe nos alumbra, pedir por él, porque sabemos que la vida de los justos está en manos de Dios y que la vida de los hombres está llamada a la felicidad plena y a la dicha plena, cuando veremos a Dios cara a cara y seamos semejantes a Él. Se lo pedimos hoy también en esta casa, recordando también a don Abundio, quien también fue un testigo de esperanza y de esa vida infatigable en favor de la dignidad humana y la dignidad de los hombres y mujeres. Que Él, el Padre Dios, le conceda también a Tomás, por intercesión de los testigos de la fe que nos han precedido, esa dicha, y a nosotros nos haga también verdaderos peregrinos de esperanza para seguir anunciando esta buena noticia: llamados a la dicha, llamados a la vida para vivir y vivir en plenitud
Madrid, 18 de septiembre de 2025