Es tiempo de quedarse en casa y la cultura es una buena alternativa para dedicar parte de nuestro tiempo, por eso te invitamo a leer este artículo de Rosario Paniagua, fundadora e integrante del Grupo Platero, publicado en el periódico MAS de febrero de 2020, órgano informativo de Hermandades del Trabajo-Comisión nacional)
(Nota: hemos respetado la grafía j en todo el texto según el uso de Juan Ramón)
¡Intelijencia!, dame el nombre exacto de las cosas! … Que mi palabra sea la cosa misma, creada por mi alma nuevamente. Que por mí vayan todos los que no las conocen, a las cosas; que por mí vayan todos los que ya las olvidan, a las cosas; que por mí vayan todos los mismos que las aman, a las cosas… ¡Intelijencia, dame el nombre exacto; y tuyo, y suyo, y mío, ¡de las cosas! (Eternidades de Juan Ramon Jimenez 1918).
Este poema es un claro ejemplo de “poesía intelectual”, como denominación de la nueva etapa de Juan Ramón Jiménez. Y de la “sed de conocimiento”. Es asimismo un buen ejemplo de un nuevo estilo, depurado de halagos sensoriales, ceñido al concepto; un estilo a la vez “sencillo” (por su carácter escueto) y difícil (por su densidad conceptual, “filosófica”). No obstante, esta poesía intelectual no está desprovista de carga emotiva. Hemos visto la vehemencia, la intensidad del anhelo; e incluso la pasión de ahondar en la realidad y de darla a conocer a los demás.
Para Juan Ramón, cualquier relación, sobre todo escrita, ha tomado siempre en el acto, carácter literario o filosófico. A través de las cartas vamos conociendo al gran poeta, y perfilando su poliédrica personalidad, en la que por encima de todo está su voluntad de hacer de la belleza, de la poesía la razón de su existencia. A través de los epistolarios podemos seguir la evolución del poeta, por ello son un documento de gran valor.
Juan Ramón tiene una abundante correspondencia con poetas, pensadores, pintores, músicos, filósofos, etc. en donde deja gran espacio a su sustancia personal y poética. Queremos destacar en este trabajo la carta que le escribe a Carmen Laforet, cuando lee la novela “Nada” y los lúcidos comentarios del maestro a una escritora muy joven, entre otros temas hablando de lo que él entiende por estilo literario.
“Querida Carmen Laforet:
Acabo de leer “Nada”, este primer libro suyo, que me llegó, en segunda edición, de Madrid. Le escribo para decirle que le agradezco la belleza tan humana de su libro, belleza de su sentimiento; mucha parte, sin duda, un libro es uno mismo más de lo que suele creerse, sobre todo un libro como el de usted, que se le ve nutrirse, hoja tras hoja, de la sustancia propia de la escritora.
… El primer libro de una muchacha y en particular el suyo… está hecho, es claro, de pedazos entrañables, como todo lo que hace la juventud, y con tanta jenerosidad de ofrecimiento público…En los libros juveniles hay siempre algo relijioso, esa fresca espontaneidad de un noviciado libre, y en su caso, de una novicia de la novela…
Yo siempre he sido un gozador del defecto… Bendito el llamado defecto, que no lo es, ¡y que nos salva de la odiosa perfección! En su libro me gustan los defectos… Y he pensado muchas veces que me gustaría que toda mi obra fuese como un defecto de un andaluz. ¡Qué horror esos muchachos que empiezan a escribir “correctos”!… Porque ¡Dios del verbo, del sustantivo y del adjetivo, ¿cómo escribirán Pérez de Ayala y Jorge Guillén cuando tengan (y que Dios se los dé) 80 años!
Le quiero señalar, entre lo que considero más completo de su “Nada”, el extraordinario capítulo 4, con su diálogo tan natural y revelador, entre la abuela y Gloria; el 15, que es un cuento absoluto, como lo son también otros. A mí me parece que su libro no es una novela en el sentido más usual de la palabra… sino una serie de cuentos tan hermosos alguno de ellos como los de Gorki, Eça de Queiróz, Unamuno o Hemingway…
Necesito volver a lo del estilo. ¿Qué es un estilo cuidado? ¿En qué consiste ese cuidado?… Creo yo que son los de los novelistas del 98, que no solamente acertaron en su juventud, sino que mejoraron con el tiempo. Azorín, por ejemplo, escribe mejor cada vez, y en los libros últimos de Pío Baroja hay pájinas magníficas…Miguel de Unamuno murió escribiendo en plena hermosura… Y son buenos y bellos porque consiguen su propósito estético de síntesis idiomáticas. Y Ramón Gómez de la Serna, de la jeneración siguiente a Miró, sigue siendo tan profundamente natural y verde como una higuera…
Siempre me ha obsesionado el asunto del estilo. Ahora yo, que estoy repasando toda mi obra escrita para una edición definitiva (y no mirarla más), me deleito en quitar todas las palabras menos naturales, “estío” por verano… “gualdo” por amarillo… “albo” por blanco… Y he vuelto a poner repeticiones que eran necesarias donde las había quitado. Yo creo que el estilo se hace con la expresión, hablando; escribiendo, con los puntos y las comas. Con puntos y comas se adornan todos los estilos. Por eso gente del pueblo que no sabe escribir según ella cree, ha puesto a veces todos los puntos y las comas al final de una carta, para que el lector los coloque donde los necesite. Y por eso ilustres filólogos que yo conozco, dejan la puntuación al cuidado de un exijente corrector de pruebas…
Se me olvidaba decirle que “Nada” la hemos leído mi mujer y yo juntos. Muchas veces leemos juntos cuando el libro es novela o teatro. La poesía o el ensayo requieren para mí lectura individual y ojos. A mí se me pegan tanto los ojos a cualquier libro, que a veces tardo meses en leer veinte pájinas. Cuando leo con otra persona, releo luego con los ojos lo que recuerdo más con el oído, y este modo de leer tiene para mí la ventaja a veces de comprobar sólo lo mejor.
Vamos a ver si podemos interesar a algún editor norteamericano en su libro y que sea traducido y publicado aquí. Para eso necesito dos o tres ejemplares de “Nada”. Me parece que gustaría de veras, porque “Nada”, como todo lo auténtico, es de aquí también, y de hoy, y será de mañana.
Juan Ramón. Washington, marzo de 1946.”