Como cada año, en la fiesta del 1º de Mayo, desde las Hermandades del Trabajo queremos dirigirnos a la sociedad compartiendo sus inquietudes y preocupaciones porque nos interpela la situación actual de los trabajadores y del mundo del trabajo
Recordamos a los nuevos representantes políticos que sólo la búsqueda del bien común y el servicio al hombre legitima la acción de un gobierno. Solo desde una visión humanizadora, que respete y promueva el desarrollo integral, podemos afrontar las transformaciones que la dignidad humana y la justicia reclaman desde la realidad social y laboral.
Es exigencia ética ineludible que toda la ciudadanía, y especialmente los trabajadores, participemos activamente en los cambios necesarios para alcanzar unas condiciones de vida más justas para todos. Si nos unimos y trabajamos juntos, experimentaremos que lo que nos une es mucho más que lo que nos separa.
Desde nuestros inicios, en 1947, la fraternidad y la justicia han sido nuestro fundamento, y proponemos que sean la luz que ilumine el camino a seguir por toda la sociedad.
Es nuestro deber exigir la regeneración moral de nuestros representantes políticos. Necesitamos que descubran su vocación como servidores públicos responsables, poniendo el bien común por encima de sus intereses particulares, y partidistas que se conviertan en promotores activos de la justicia, de la paz y del consenso social, regenerando la convivencia entre los planteamientos enfrentados existentes actualmente.
Reconocemos una disminución de las cifras del paro, pero no menos real es que la cifra de parados aún es muy alta, más de 3 millones. Constatamos el empobrecimiento de los trabajadores por los niveles de precariedad, bajos salarios, aumento de economía sumergida, -que afectan especialmente a mujeres e inmigrantes-, con la dificultad de conciliar la vida laboral y familiar. Todo esto supone una gran dificultad para desarrollar un proyecto de vida familiar, social y religiosa.
Esta situación injusta excluye y discrimina a miles de personas del mercado laboral, entre otros factores, por edad, falta de preparación y experiencia. Entre los efectos negativos está la baja tasa de natalidad, el debilitamiento de la democracia y el incumplimiento de los derechos humanos, causando la alienación de los trabajadores.
Denunciamos este sistema económico que no sirve al hombre, sino que se sirve del hombre. El aumento de la desigualdad y la merma en la igualdad de oportunidad son síntomas manifiestos de esto.
En el contexto actual, el impacto de la robotización en el mercado laboral es espectacular y nos debe obligar a hacer un discernimiento del paradigma tecnocrático, preguntándonos como dice el Papa Francisco dónde nos lleva este paradigma; a quién beneficia y si ayudará a un mayor respeto de la dignidad humana y cumplimiento de los derechos del hombre.
En este sentido, desde Hermandades del Trabajo afirmamos que “no toleramos que nos consideren como instrumentos mecánicos de producción, olvidando que somos, ante todo, hombres, hijos de Dios y con un destino eterno”; y que “actuaremos incansablemente para que cada trabajador tenga una conciencia individualizada de sí mismo y que no sea víctima de la despersonalización” (puntos 17 y 32 de nuestro Ideario).
Para superar la situación actual, exigimos una actuación responsable y eficaz de los agentes sociales (empresarios, sindicatos y políticos) generando puestos de trabajo dignos que ayuden a humanizar a los trabajadores y les aporten los medios necesarios para vivir con dignidad, y realizar un proyecto personal y familiar estable. En este contexto, una vez más, alzamos nuestra voz, especialmente, en favor de los más afectados: mujeres, inmigrantes, refugiados, jóvenes y parados de larga duración.
Reivindicamos una acción política mundial que responda adecuadamente a una economía globalizada que garantice un trabajo “decente”. En palabras del Papa Benedicto XVI, trabajo decente significa:“un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación”. (Caritas in Veritate. Punto 63).
Finalmente, hay razones para la esperanza, cuando constatamos iniciativas sociales y eclesiales de proyectos basados en una economía solidaria y de comunión, centrada en la valoración del ser humano en la que participan conjuntamente empresarios, trabajadores, directivos, consumidores, ciudadanos y demás gentes económicos.